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¿Cómo articular la cooperación al desarrollo con una perspectiva de género?

Fuente: ABOUD HAMAM / REUTERS Mujeres cargando alimentos del programa de la ONU para Raqa, Siria, el 26 de abril de 2018. La pobreza si discrimina por género.

La pobreza es sexista y se manifiesta en un acceso limitado a servicios básicos indispensables para gozar de una vida digna: educación, empleo, salud y seguridad. La pobreza es sexista, como lo sostiene la ONG One a partir de 25 estadísticas. Según datos de Naciones Unidas, el 60% de las personas que pasan hambre en el mundo de forma crónica son mujeres y niñas. Por su parte, ONU Mujeres reporta que, de 89 países con datos disponibles, el número de mujeres y niñas que viven en condiciones de pobreza asciende a 330 millones. A pesar de la evidencia, el hecho es ignorado por muchos e incluso rechazado por varios. Basta con observar los movimientos reaccionarios internacionales recientes, envalentonados y sin complejos, presumiendo el dinamismo de su militancia en contra de los derechos de la mujer.

De ahí la necesidad de que el género en el desarrollo deje de ser narrativa para volverse objetivo concreto. Los pasados 16, 18 y 20 de julio, el PNUD y la AMEXCID escalaron sus ambiciones en esta dirección. A mediano plazo, el propósito es incorporar una perspectiva transversal de género en los programas y proyectos mexicanos de cooperación internacional para el desarrollo. La misión es titánica. En un país como México, en el que la igualdad de género sigue siendo anecdótica, los esfuerzos por orientar una política pública en este sentido merecen nuestra atención.

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El reto es inédito: concebir a la cooperación al desarrollo -un instrumento de política exterior-, desde un enfoque de género -un cambio de paradigma-. Y la justificación parece evidente, a pesar de que pocas veces se reconozca así. El propósito es volver a situar la lucha contra la pobreza al centro de la cooperación al desarrollo. Sin embargo, la tarea parece difícil si no se atienden las causas de la feminización de la pobreza, e incluso imposible si no se sitúa al género al centro de la cooperación al desarrollo.

Se trata de integrar la igualdad de género en las instituciones mexicanas de adentro hacia afuera.

El desafío es interesante. ¿Cómo articular la cooperación al desarrollo con una perspectiva de género? Si bien casos emblemáticos como el de Canadá y su «política de asistencia internacional feminista» tendrían que servir de ejemplo, México debe forjar su propio camino.

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María Solanas aborda la problemática mejor que nadie, defendiendo la idea de que una política exterior feminista «contribuiría a combatir la situación de subordinación de las mujeres; a avanzar en su representación sustantiva, de modo que los intereses políticos de las mujeres se integren en la formulación de la política exterior; a cuestionar las jerarquías de poder que han venido definiendo las instituciones globales y a plantear y renegociar su composición».

El desafío exige la transversalización de la perspectiva de género en la política de cooperación no solo en relación a sus beneficiarios, sino también en la organización institucional interna. En otras palabras, se trata de integrar la igualdad de género en las instituciones mexicanas de adentro hacia afuera.

Para que esto suceda, el liderazgo de la AMEXCID en la región es crucial. Sus esfuerzos pondrán a prueba las cadenas de transmisión que conectan a los formuladores de la política de cooperación, con los expertos que implementan los proyectos en el terreno y sus beneficiarios. Se trata, en definitiva, de un paso firme hacia la consolidación del perfil de México como Cooperante del Sur. A partir de este punto, nos queda asignar recursos y actualizar el PROCID 2019-2024, desde una perspectiva de género.

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Nuestra responsabilidad es inmensa. En sintonía con María Solanas, «el desafío global de la igualdad empieza a requerir también de la voluntad política de los liderazgos masculinos que, incorporando el feminismo en su ejercicio del poder, asuman que la igualdad de género beneficia al conjunto de la sociedad. Que es un logro esencial para la prosperidad, la estabilidad y el progreso, un bien público global que hay que contribuir a proveer».

En un mundo en donde el género es el principal factor que determina el hecho de ser pobre o no serlo, los gobiernos nos deben políticas públicas coherentes. De no hacerlo, estarían evidenciando su masculina fragilidad.

 

*Este contenido fue realizado por Carlos Cortés Zea, Doctor en Economía y Cooperación Internacional, Coordinador del Programa de cooperación AMEXCID-PNUD, para Huffingtonpost México.

 

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